VERANEAR EN LA COSTA DEL ADOBE

 

Está a menos de diez kilómetros de León en línea recta, y solamente se conocen los pueblos que lindan con las carreteras de Santander, la general de Madrid, y la que saliendo del Puente Villarente lleva a Boñar. Solamente diez kilómetros separan la capital de provincia de la Sobarriba, una distancia que delimita sin solución de continuidad aparente dos mundos casi perfectamente contrapuestos.

 

 

VIAJAR a la costa del adobe es casi un sinsentido, no hace falta desplazarse apenas más allá de Villaobispo y subir el Portillín para entrar en una comarca leonesa que está sobre la ribera de dos ríos, el Torío y el Porma. Actualmente esta carretera, que nos conducirá casi al corazón de la Sobarriba, está en un estado ligeramente lamentable, debido sin duda a las obras de traída de aguas a la ciudad de León. Por esta vía se llega a Villavente de las Regueras, desde donde se sigue carretera hacia Carbajosa o Villacil. También se llega desde León desviándose en Santovenia del Monte hacia Villacil, Víllalboñe, y Solanilla, o entrando por Golpejar y Corbillos, a poco de sobrepasar el alto del Portillo en la carretera de Madrid, o, ya más próximo a Puente Villarente, por Arcahueja o San Felismo, de donde se va a Paradilla y Villaseca. Por la carretera de la ribera del Porma se dejan a los lados localidades cuya administración depende del Ayuntamiento de Valdefresno, que son Los Ajos, Santibáñez de Porma, y Santa Olaja de Porma, y que podríamos considerar Sobarriba entre comillas.

UNA PROPIEDAD DE LOS CONDES DE LUNA

De la historia de la comarca se destacaría, por la relevancia que los Condes de Luna han tenido en la Historia, la época en la que la Sobarriba formó parte del patrimonio de los Quiñones. Remontándose en el tiempo, entre los períodos situados en los años 905 y 1450 aproximadamente cuando se documentan por primera vez estos pueblos, en documentos en los que los reyes de León cedían estas propiedades a nobleza e iglesia a fin de pagarles servicios, generalmente de armas, y podría asegurarse el comienzo de la Historia escrita de los pueblos de la zona. Enrique II, fundador de la dinastía de los Trastámara, cede hacia 1350 las propiedades a Suero Pérez de Quiñones, en pago de su apoyo a la guerra habida con Pedro I. Hacia 1440 Juan II concede a los Condes de Luna la facultad de fundar mayorazgos, y en 1442 Diego Fernández de Quiñones cede a su primogénito, Pedro Suárez de Quiñones, el Infantazgo de Valdetorío, con la Sobarriba el Barrio de Palat del Rey, según documenta César Álvarez Álvarez en su tesis doctoral. Pero el mayorazgo le dura poco a este Diego Fernández, puesto que en 1445 se enfrenta al Rey en la Batalla de Olmedo y es desposeído por éste de todas sus propiedades y anexionadas a la corona, si bien y tras un breve período sus bienes le fueron devueltos.

PATRIMONIO ARTÍSTICO

Poco, o casi nada, queda en las iglesias de la Sobarriba de tallas, pinturas, trabajos de orfebrería, que eran los lugares monumentales por excelencia. Eran, porque en la actualidad casi toda la riqueza artística de esta comarca leonesa se puede localizar en el Museo Diocesano; en él podemos contemplar tallas románicas relativamente restauradas, pertenecientes en su día a la parroquia de Carbajosa, a la de Valdela­fuente, o a la de Santovenia del Monte. Los del lugar hablan siempre en este apartado de la Virgen de las Rutiellas, que se encuentra en la actualidad en restauración en las dependencias de Obispado. En el apartado de pintura, las Iglesias de San Felismo y Navafría se llevan la palma, también están expuestas al público en el Museo Diocesano, Tres importantes obras, que proceden de Corbillos, se encuentran actualmente en la Sala del Rosetón del antedicho Museo. En el apartado de orfebrería es de destacar una cruz procesional de Paradilla de finales del XVIII.

VERANEAR CERCA DE CASA

Con una población envejecida, en verano esta zona se llena de niños pequeños, hijos de hijos del pueblo que, como todas las zonas de nuestra provincia donde ha habido importantes movimientos de población hacia la emigración, han hecho del hogar paterno el lugar ideal para pasar los días de canícula.

Durante los meses de invierno, el sobarribano no tiene más alternativas en la zona que dedicarse a la caza, o al aburrimiento, y si dispone de vehículo trasladarse a las zonas colindantes más adecuadas para el relajo. En veinte pueblos el tele club cubre las faltas de lugares de relación, bares, centros culturales y de diversión, etc., y esa carencia es más significativa en unos meses de vacación en los que la población se duplica. La cercanía con la capital obliga a los habitantes de la Sobarriba a contar con la ciudad para todo, en algunos casos hasta para las necesidades más primarias.

La emigración es mayoritariamente interior, esto es dirigida hacia la capital de la provincia, y hacia regiones limítrofes; por ello, a la hora del descanso estival quienes más frecuentan esta zona son hijos del pueblo asentados durante el año en León, País Vasco, Asturias, etc. De su casa al punto de veraneo no hay más de diez kilómetros, y ello teniendo en cuenta que cuando se quiere romper el cerco de soledad que rodea estos pueblos, la cercanía de la montaña, o de la capital, o la facilidad para despla­zarse a localidades como Valencia de Don Juan atravesando Los Oteros, proporcionan a cuantos pasan el mes de agosto en la Sobarriba una facilidad de movimientos envidiable.

ALGO DEL FOLKLORE LOCAL

En cuanto a las costumbres, el serio sobarribano, austero por excelencia, es dado a los bolos , a los aluches, a la caza, y si el Porma lo permite, a la pesca. Entre los luchadores conocidos de la zona, es referencia obligada el recuerdo a aquel luchador de Carbajosa, muchos años ejerciendo sin rival en el arte del aluche, me refiero al Molinero de Carbajosa sin dudar un momento.

La recogida veraniega de la hierba, la siega y la trilla, consistían en unos rituales en los que tras «darle la vuelta» a la hierba y cargarla en el carro, equipado a tal fin con «pernillas» y corzas, una vez efectuada la siega y amontonadas en «fejines» en la era las gavillas, se procedía a irla. «echando la trilla» con los manojos colocados en círculos con las espigas hacia al interior; se trillaba con parejas de vacas que arrastraban los trillos. Tras moler bien la mies, se procedía a limpiar el montón de «parvas», que antiguamente se hacia aventando la paja, si bien de esta labor se libraban los «cuelmos», que son gavillas atadas una vez extraído el grano, que se utilizaban para quemar el cerdo a fin de librarlo de las cerdas antes de proceder a la matanza.

Vendimiar y matar, costumbres locales que constituían todo un acontecimiento social en la zona, especialmente por la afluencia de foráneos, siguen conservando aún hoy un sabor peculiar muy propio de nuestra provincia.

Pero sin duda el proceso por excelencia de esta zona, hoy totalmente perdido, consistía en la recolección de la planta en Agosto. Se separaba la semilla de la planta a golpes de maza, y se molía esta semilla para obtener aceite de linaza, y harina.

El resto de la planta se ataba y lavaba en algún arroyo, donde estaba quince días en remojo, se dejaba secar al sol y se mazaba para separar la corteza y dejar libre la fibra. Esta operación se hacía con un rastrillo en un aparato formado por dos tablas, una vertical afilada en su parte superior y otra horizontal asentada sobre la primera, que se llamaba «espadadero». Sobre lo afilado se colocaba el lino y se golpeaban con una tabla, «la espada».

De este proceso se obtenían «alcuezos», un tejido ciertamente basto, después la «estopa» utilizada para hacer cuerdas y posteriormente el «cerro», un hilo fino que se hilaba en mazorcas. Este hilo se hacía madejas que eran puestas al sol para blanquear, Tras quince días de constantes riegos y secados alternativos se ponían en el «argadillo», que era donde se hacían los ovillos, para que el tejedor los transformase en tela, que se volvían a blanquear durante un mes, sobre el verde, lavándolas con agua hervida en cestos de mimbre.

 

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo hubiera sido imposible, sin contar con la inestimable ayuda de Manuel Ángel González Díez, cuya tesina sobre “La Sobarriba, un estudio socio­ambiental” recoge muchos más datos que los aquí publicados sobre la zona, y al que pertenecen las fotografías publicadas. También es de agradecer la colaboración de Fernando de la Torre, vecino de la zona y acompañante en la tournée a la comarca. Finalmente, es de agradecer la labor artística de José Manuel Hernán­dez «Lamparilla», autor del gráfico de la zona que acompaña el presente artículo. A todos ellos mi más sincero agradecimiento por su colaboración.